Se celebra hoy en la Iglesia el día del buen pastor. Este buen pastor, como dice Jesús, “el buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10, 11); este pastor se presenta en el nombre del “pastor pastorum” en todos los sacerdotes que sirven en la comunidades.
Y es que el honor que tienen estos seres humanos no lo pudo describir mejor San Juan María Vianey: “Me postré con la conciencia de mi nada, y me levanté siendo sacerdote para siempre”. La dignidad de este admirable oficio surge del apaciguamiento de sí mismo, de la disposición a olvidarse de lo propio.
Estos hombres, y que como hombres no se salvan de ser frágiles, tienen en sus manos el poder de levantar al desvalido, de amar al odiado y de servir al pobre. Su oficio se consagra no en la medida de sus acciones, sino de sus oraciones, por esto debemos orar por ellos para que la efectividad de su ministerio sea profunda y que sirva solo a acrecentar el ministerio de Cristo en la Iglesia: “vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio”.
El sacerdote es “para siempre” (Hb 7, 17) Su ministerio no acaba con la muerte, su vida es toda de Dios. Animemos a quienes por este mundo desean entregarse a esta vida de fe, busquemos los medios para apoyar a los seminaristas, ellos también esperan y anhelan ser el pastor de almas, que las lleva a pastar en verdes prados. Oremos también por ellos.
Sacerdotes, nunca olviden la promesa de Cristo, aquella que los fortalecerá en sus días vagos y poco esperanzados: “Y he aquí, que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sacerdotes ¡Feliz día de buen pastor! Ustedes lo merecen, es de ustedes nuestras oraciones en este día.
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